APIA en Bruselas: ¿hacemos fracking o montamos una peluquería?
Europa es un sinvivir. Ya lo sabíamos. Más o menos. Pero 48 horas en Bruselas, de la Comisión al Consejo y de allí al Parlamento, son una lección irrepetible para asumir que, efectivamente, esto es un lío donde cada uno va a lo suyo y (¡milagro!), aún así bulle gente que es capaz de llegar a acuerdos. Una veintena de socios de APIA pudimos verlo en vivo a principios de diciembre, en un viaje organizado por la Comisión Europea en cooperación con la representación de la Comisión en España.
“Bienvenidos a la complejidad”. Que podría ser un buen título para el himno de Europa pero, de momento, es una frase elocuente que se soltó Antoine Quero Mussot, consejero en la Dirección General de Presupuestos de la Comisión. Y español a pesar del nombre. Su larga trayectoria en Bruselas, y sus formas, nos ayudaron a entender que lo que cuentan nuestros colegas sobre arduas negociaciones hasta las tantas de la madrugada, primero de los técnicos y luego de los políticos, son habituales por estos lares. Porque ante nuestra batería de preguntas en plena comida, Antoine cogió su plato, se lo acercó a la boca y siguió tomando la sopa sin parar de contestar.
El tema estrella de esta temporada en las instituciones europeas es el plan de inversiones de 315.000 millones de euros propuesto por la nueva Comisión, encabezada por su presidente Jean–Claude Juncker. ¿De dónde va a salir el dinero y a qué se va a dedicar? En el reino de la complejidad, asunto este complejo donde los haya. Así que simplifiquemos: la Comisión Europea (CE) pone 16.000 millones, el Banco Europeo de Inversiones (BEI) pone otros 5.000. Ya van 21.000 millones. Cantidad que el equipo de Juncker considera suficiente para movilizar luego hasta 315.000 millones. Veremos.
En cuanto a las prioridades de esas inversiones, la energía es una de ellas. Europa quiere avanzar en la unión energética. Y las interconexiones de electricidad y gas se llevarán una parte sustancial de ese dinero. Lo que enlaza con otro tema estrella, en este caso para los periodistas de APIA: el comisario Cañete. Miguel Arias Cañete ocupa la cartera de Acción por el Clima y Energía.
Y a Gonzalo de Mendoza Asensi, responsable de Comunicación en el gabinete de Cañete le transmitimos lo que sin duda sabe. Que mucha gente, en España y en Europa, cree que es como haber puesto a un zorro al cuidado del gallinero. Porque como ministro ha estado ligado a los gobiernos de Mariano Rajoy y de José María Aznar, dos convencidos de que esto del cambio climático es una pamplina de ecologistas que bien se podría resolver con los consejos de un primo del primero. Y porque la familia de Cañete tiene intereses directos y demostrados con la industria del petróleo. Que ponen en duda las ganas con las que se subirá al carro de las renovables, una apuesta estratégica en Europa.
A Gonzalo de Mendoza le llamó la atención –lo confesó al final– la sinceridad de las apreciaciones y las preguntas “tocapelotas” del grupo de periodistas que tenía delante. Es lo que pasa cuando hablas de agua, residuos, biodiversidad o energía a la gente de APIA. Y es de lo que nos hablaron Antonio López–Nicolás (Energía), Esther Pozo (Biodiversidad), Gunter Wolff (Residuos) o Lourdes Alvarellos (Agua), técnicos de las direcciones generales de Energía y Medio Ambiente, que desglosaron las claves con las que trabajarán en los próximos meses.
Pero la política europea es la que es y llega donde llega. Hasta donde le permiten los Estados miembros. Tan pronto se excusan en algunos de los grandes temas como se quieren meter hasta lo cocina en asuntos nimios que rozan el ridículo. Uno de los nuestros dijo entonces aquello de:
resulta chocante que no haya ninguna posición común sobre el fracking y quieran legislar sobre la altura de las peluquerías.
Jaume Duch, portavoz y director de Medios del Parlamento Europeo, nos habló de la “cultura de coalición” que reina en esa casa. Se refería a los grupos parlamentarios, que, en función de los temas que se tratan, siempre encuentran aliados a la izquierda, a la derecha o a ambos lados. Pero esa cultura de coalición vale también para definir lo que la Unión Europea ha sido capaz de construir desde mediados del siglo pasado. Grande o pírrico, según se mire. Pero probablemente valioso.
Así funciona Europa. Tiene un peso innegable en cuestiones en las que los Estados miembros han sido capaces de ceder soberanía. Son más cuestiones económicas que políticas. Y aún así, estamos todavía muy lejos de la unión energética, fiscal o bancaria, por referirnos a los grandes temas. De todo ello pudimos charlar –rápido– con algunos europarlamentarios el último día.
Tan rápido que nos sumamos gustosos a la propuesta de Damián Castaño, colega del servicio de prensa del Parlamento Europeo (PE), de buscar unos patinetes para ir de un lado para otro por los pasillos inabarcables de ese edifico. Su experiencia, como la de Laia Martínez, del servicio audiovisual del PE o la de María José Pastor, miembro del Centro de Visitas de la Dirección General Comunicación de la CE en Bruselas y la de María Eugenia de la Rosa, de la oficina de la Comisión Europea en España, que nos acompañaron en todo momento, fueron de las mejoras cosas que nos trajimos de Bruselas. Mil gracias una vez más.
Y así, entre europarlamentarios, expertos en medio ambiente, mejillones –muchos– y cervezas –no pocas– pasamos los de APIA dos días y dos noches en los que, –reconocíamos al final–, nos granjeamos fama de “tocapelotas” y devolvimos cierta dignidad a este oficio que parece acostumbrarse a ruedas de prensa sin preguntas y a tertulianos sabelotodo.