Gracias APIA: ¡Ya no soy francotirador!

Por Cristóbal Ramírez

El gran mérito de APIA es habernos transformado en estos 25 primeros años de su existencia. No por inspiración pseudodivina que nos haya permitido ver la luz, sino por hacer que nos sintamos acompañados. Más de uno y más de veinte –entre los que se encuentra el suscribiente- teníamos el complejo cierto de ser meros francotiradores. Con mucha o poca puntería, pero demasiado a menudo siendo desplazados a la hora de la diaria batalla final que siempre se desata cuando se trata de definir qué temas van a entrar en el periódico de mañana. Y ya no digamos en la más dura de seleccionar qué noticias iban a tener el honor de ocupar la ansiada primera página.

En una comunidad como la gallega, desgraciadamente acostumbrada a desastres ecológicos sobre todo en el mar y que remataron, por ahora, con el famoso Prestige (después de una larga lista en la que destacan el Polycommander en la ría Vigo, el Erkowit en la de A Coruña, el Urquiola en la de A Coruña también y el Mar Egeo que mire por donde casi incendia A Coruña), tener en la agenda una información sobre biodiversidad y defenderla a capa y espada era tener asegurado un lugar poco grato en el imaginario colectivo de la redacción. Por desgracia, en la mayoría se instalaba también ese tan perjudicial axioma que decía que si defendías algo tan abstracto como “la ecología” eras también un nacionalista al que, por ende, se le atragantaba la Constitución. Algo que leído desde otro punto de España puede o asombrar o producir una carcajada, pero que era una pequeña cruz que había que llevar de manera poco cómoda.

APIA ha sido la capa con la que muchos nos presentamos en esas reuniones de la redacción. Y al menos nos preguntaban por qué íbamos de tal guisa. Y nos escuchaban, aunque solo fuera porque éramos el rarito. Y poco a poco, cuan lluvia fina que decía un inefable político hoy en segunda línea, cesaron las miradas irónicas. Y luego aparecieron las de reprobación hacia aquel que soltaba el chiste malo cuando hablábamos de que en As Gándaras de Budiño apenas quedaban tortugas o de que había que informar con más dureza sobre el furtivismo en el mundo del percebe. Y finalmente, algunas veces nos hacían caso. Una larga marcha, en efecto. Pero misión cumplida por ahora, que mañana será otro día.

Jamás llegamos ni llegaremos a la categoría de príncipe azul. Pero pudimos hacer nuestro trabajo con menos presión exterior y más orgullo propio. Y APIA ha colaborado a ello. ¡Vaya que sí!