A continuación, ofrecemos la transcripción completa de la Conferencia Inaugural del X Congreso Nacional de Periodismo Ambiental (Madrid, 20 y 21 de noviembre de 2013)
Maria Novo: El periodismo ambiental en tiempos de crisis,
Presentación
José María Montero, vocal de APIA
En el diseño de un Congreso -y eso lo sabéis todos los que habéis participado en la organización- en todos los congresos, hay varios momentos decisivos: qué lema elegimos para que nos convoque a todos, o a qué puertas vamos a llamar para financiar el congreso en un momento tan delicado como éste, o a quién vamos a invitar para que dicte la conferencia inaugural. Ese también es un momento delicado en la organización de cualquier congreso.
Caer en la endogamia en estos casos es un defecto casi inevitable. Podemos escucharnos a nosotros mismos, contándonos lo que ya sabemos, celebrando o lamentando lo que es más previsible. Por eso siempre resulta decisivo y por eso ponemos mucho empeño, al menos en APIA se pone mucho empeño, en que esa conferencia inaugural fuera de alguien que nos mirara desde el exterior, una mirada que nos provocara o que nos alimentara nuevos horizontes, sobre todo cuando el Congreso que hemos convocado este año se desarrolla bajo el lema “Tenemos futuro”.
Necesitamos que alguien que no esté metido en este núcleo del periodismo ambiental nos mire desde fuera y nos haga reflexionar sobre esas posibilidades de futuro que tenemos. Cuando escribí a María Novo para preguntarle si aceptaría dictar esta conferencia inaugural, María podría haberme contestado de una manera escueta, de una manera puramente instrumental aprovechando la confianza que tenemos como amigos, podría haberme dicho, “pues me parece muy buena idea, estaré allí con vosotros”. Pero María nunca contesta de una manera puramente instrumental. En su correo, para las personas que no la conocían, estaban las claves del acierto en esta elección. No buscábamos solamente la excelencia en la esfera profesional, no buscábamos solamente que conociera las claves de nuestro oficio, los problemas a los que nos enfrentamos. Sino que buscábamos, sobre todo, la complicidad de alguien que sin ser periodista conoce perfectamente la encrucijada en la que nos encontramos y sabe también las consecuencias no solo racionales que tiene esta encrucijada sino también las consecuencias emocionales o afectivas que tiene esta situación.
María, insisto, nunca escribe de forma puramente instrumental, y me voy a permitir leer parte de aquél correo que, casualmente, me escribió un primero de mayo. María en ese correo me decía, nos decía a todos los socios de Apia:
“Me alegra mucho saber que APIA sigue adelante, peleando con los malos tiempos y las dificultades. Creo que vivimos momentos en los que es más necesario que nunca usar la palabra como arma de presente, porque es un instrumento muy poderoso que toca de lleno las conciencias, ese lugar recóndito en el que antes o después se va conformando el sentido de la vida de los pueblos. Me parece un honor vuestro ofrecimiento y acepto encantada; a la vez que te agradezco que hayas sugerido mi nombre. Espero poder ofrecer lo mejor de mí misma, pero también, sin duda, aprender con el contacto y la escucha de todos vosotros. Estos son los foros en los que me encuentro cómoda porque se habla de la vida real, de lo que nos está sucediendo a las personas, de nuestras condiciones diarias pero también de nuestros sueños. ¿Qué haríamos sin nuestros sueños?”
No creo que en los diez congresos que hemos celebrado, ninguna de las personas que hemos invitado a dictar la conferencia inaugural nos haya contestado de esta manera a nuestro ofrecimiento.
Como digo, ahí estaban las claves del acierto de esta elección. Cuando a María Novo le preguntan sobre su trayectoria profesional, y a mí me encanta, suele comenzar diciendo que ella fue una niña feliz, que jugó mucho en la calle y que, poco a poco, además de los amores propios de cada edad, se fue enamorando del conocimiento, de la aventura de descubrir, del placer de encontrar explicaciones, aunque sean parciales, a las preguntas sobre la vida.
Y tampoco olvida mencionar, y es algo que también la honra, sus comienzos como defensora de la naturaleza, allá por los 70, defendiendo un parque, el parque de Santa Margarita, donde hoy está la Casa de las Ciencias, en su A Coruña, defendiendo aquél cachito de naturaleza de los especuladores inmobiliarios. Como veis, los enemigos no han cambiado mucho con el paso de los años.
En 1984 María leyó su tesis doctoral, la primera tesis doctoral que se leía en España dedicada a la Educación ambiental, y algunos de sus compañeros le preguntaron cómo se iba a dedicar a algo que no existía, es decir, cómo iba a trabajar en un campo que no existía. Estos compañeros, lo que no sabían es que en la construcción de ese algo que no existía iba a resultar decisivo el papel de María desde su propia Universidad.
La educación ambiental en España no se entendería sin el papel que ha desempeñado y que desempeña María Novo. En 1986 publicó su primer libro sobre Educación ambiental; en 1990 ya dirigía un curso de Postgrado en Educación ambiental y seis años después la Unesco le concedió la Cátedra de Educación ambiental, que viene ocupando en su universidad, la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Dice María que educar ambientalmente es educar para un pensamiento complejo que no simplifique lo que nació entretejido, la vida, el mundo natural, nuestras sociedades. Y esa misma complejidad es la que le llevó a crear otra iniciativa muy interesante, Ecoarte, donde busca acercarse a la interpretación de esa complejidad con dos herramientas aparentemente dispares pero que se complementan muy bien y que son la ciencia y el arte. Ya veis que María también es compleja y poliédrica, es poeta, pintora y escritora.
Es una magnífica conversadora y es madre. Madre de periodista, por lo que sabe muy bien y desde muy cerca, las luces y las sombras de este oficio. En una escala muy doméstica y muy afectiva, dice María que su destino es el de contadora de historias y que por eso no deja de escribir libros, ya sean poemarios, manuales de Educación ambiental, ensayos sobre los beneficios de la vida lenta. Ahora me decía que está preparando un libro para desengañarnos del éxito o de cierta manera de entender el éxito. Y quizá porque se define como contadora de historias será la razón por la que le gusta tanto escuchar, tener el oído también atento y los ojos dispuestos para descubrir también lo invisible, para valorar lo pequeño. Compartir un rato con María Novo es un lujo que siempre sabe a poco, da igual si está subida a una mesa o a un estrado o está sentada en una cafetería. La distancia siempre es mínima porque María, desde la ciencia o desde el arte, siempre habla con el corazón. Y, así, es un placer presentaros a María Novo, que este año es nuestra invitada para dar la Conferencia inaugural de este Congreso. Gracias María.
El periodismo ambiental en tiempos de crisis: un reto y una oportunidad
María Novo, catedrática UNESCO de Educación ambiental y Desarrollo sostenible de la UNED.
Buenos días. Tengo que comenzar con los agradecimientos, y el primero es para Monti, para José María. Porque cuando nos encontramos con la posibilidad de una presentación no protocolaria sino cercana, la verdad es que se agradece mucho. Y también mi agradecimiento a APIA, por supuesto, por haberme dado esta oportunidad, que, en efecto, es un honor para mí. También agradecimiento a las personas que apoyaron la idea; porque, aunque partió de una iniciativa, yo sé que hubo personas que apoyaron esta candidatura. Y gracias a todos ustedes por estar aquí esta mañana, porque lo que abordamos es un proceso de reflexión conjunta.
Felicitaciones también a APIA, porque 10 años de trabajo fructíferos, intensos, como los que la asociación ha desarrollado, dan cuenta de que la elección que vosotros habéis hecho en vuestro momento por dedicaros al periodismo ambiental ha sido una elección difícil pero la habéis llevado adelante. Sabemos que este tipo de periodismo hoy está poco apoyado, poco reconocido, pero sabemos también que es imprescindible.
Quería haceros una confidencia, que no está entre las que ha contado Monti. Yo cuando era joven quería ser periodista, pero las circunstancias no lo hicieron posible. Entonces, a falta de ser periodista, qué otra cosa podía hacer que ser escritora y docente… En este sentido, he encontrado como una ruta paralela para dedicarme a la comunicación, así que permitidme que me sienta también un poco parte de vuestro colectivo.
Quería comenzar con una frase de un filósofo alemán que descubrí de muy joven. El filósofo es Jaspers, y él decía :
Únicamente en la comunicación se realiza cualquier otra verdad
Aquello me impactó cuando lo leí. Con esa frase comencé mi primer libro de poemas en el año 75, y nunca he dejado de creer en ella. Porque creo que las pequeñas y las grandes verdades: el amor, la amistad, el valor de la naturaleza, nuestros sueños… necesitan ser comunicadas. Y, a veces, la comunicación se hace con palabras, con gestos, con un leve roce de manos, con una señal, con una sonrisa a tiempo. Pero, lo importante es que la comunicación como fenómeno nos hace humanos. El desarrollo del lenguaje, a veces lo olvidamos, es lo que ha permitido que evolucionásemos como especie y, en definitiva, esos lenguajes que desarrollamos son la esencia de nuestro estar en el mundo. En APIA habéis elegido hacer comunicación sobre medio ambiente con su grandeza, pero también con sus dificultades, y hay que decir, antes que nada, que ésta es una elección valiente, difícil en tiempos duros en los que la naturaleza y los seres humanos estamos siendo maltratados por una economía salvaje.
Conozco un poco el mundo del periodismo y me consta que el periodismo ambiental lo tiene cada vez más difícil para subsistir y para resistir. Desaparecen muchas secciones especializadas en los medios y las que resisten lo hacen con muchas dificultades y esto no es casual. Creo que hay un interés desde el poder hegemónico de que los problemas ambientales se oculten o se desprecien, pasen desapercibidos. Porque los problemas ambientales muestran las grandes contradicciones y errores del sistema dominante.
Pero quienes estamos aquí sabemos que los escenarios ambientales a escala global, en este momento, son realmente preocupantes. Sabemos que esta crisis, aunque es global, también arde en el comedor de nuestra casa. Y éste no es el mundo que queremos para nuestros hijos. Vivimos, por tanto, en un momento histórico, decisivo.
No estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época, algo que es más profundo. Este cambio de época supone la crisis de toda una concepción del mundo y de nuestro papel en él. Una crisis que se está queriendo reducir a su dimensión económica. Esto es una simplificación; porque lo que enfrentamos es fundamentalmente un escenario ambiental y geopolítico muy complejo que nos está siendo ocultado. La reducción de los problemas ambientales y de los problemas generales que sufre el planeta a una cuestión económica, en realidad revela una gran miopía y una falta de perspectiva.
Porque, si nos fijamos, los problemas económicos son reversibles. Podemos estar mal en una época y en otra época mejorar. Sin embargo, algunos de los problemas ambientales (y estoy pensando, por ejemplo, en el calentamiento global) tienen efectos irreversibles. Algunos problemas ambientales son irreversibles a escala de los tiempos humanos; sin embargo, no se les está prestando la atención debida e, incluso, se está, como decía antes, pretendiendo ocultarlos.
Por eso creo que es importante que, desde el periodismo ambiental y desde la comunicación, la docencia, la escritura… hablemos sobre el cambio global, sobre este conjunto de transformaciones que está sufriendo el planeta al ser manipulado por la especie humana.
El cambio global no es algo que va a suceder. Es ya una realidad. Nuestro planeta se está desplazando fuera del rango de variabilidad natural que ha exhibido durante el último medio millón de años y nosotros somos precisamente la mayor fuerza evolutiva que está condicionando los cambios. Este es un problema nuevo, por eso interesa hablar de él. Es el problema de un momento en que la humanidad emerge como una fuerza de enorme impacto sobre la biosfera. Y ha dado lugar a que Paul Crutzen, Premio Nobel de Química del año 1995, haya definido esta época que vivimos como el Antropoceno, la era en la que la especie humana está pudiendo generar impactos, cambios significativos, a escala global.
La situación exige hablar también de los impulsores del cambio global: las modificaciones en los usos del suelo, la pérdida de biodiversidad, los problemas del agua, la energía y, por supuesto, el cambio climático.
El sistema hegemónico, el sistema dominante, nos quiere presentar estos problemas como casuales, pero una de las cosas que hay que desvelar es que estos fenómenos no se están produciendo por azar: son el resultado de nuestros modelos económicos, de nuestras miopes formas de mirar la política y de la falta de prudencia de nuestras sociedades a la hora de producir y consumir.
Y hay que decir que este cambio se ha instalado en el corazón de nuestras sociedades, haciendo que vivamos escenarios de gran incertidumbre. Por ejemplo, con el calentamiento global. Y esta incertidumbre significa que el sistema puede colapsar en cualquier momento pero no sabemos dónde ni cuándo. Mario Molina, otro Premio Nobel, decía en una entrevista a El País, en 2008:
Es como si estuviéramos jugando a la ruleta, no sabemos ni cuando ni cómo el sistema puede sufrir cambios abruptos.
La gran paradoja es que esta problemática, esta gran incertidumbre, este riesgo de consecuencias impredecibles, no solo es muy costoso en términos ecológicos y humanos (ya lo está siendo y puede serlo mucho más en el futuro), sino que también puede tener unas consecuencias económicas de gran envergadura que pueden desestabilizar totalmente el sistema económico. Eso es como un efecto boomerang que el propio sistema económico no contempla.
Se nos olvida que la naturaleza, sus recursos, sus bienes naturales, son la base de toda la economía. Se está queriendo hacer sentir que la naturaleza depende del sistema económico y lo que hay que decir muy alto es que la economía depende de la ecología y no al revés.
Y hay que hablar también, cómo no (y lo estáis haciendo, me consta) del gran sufrimiento humano que estos problemas ambientales generan. Por ejemplo, el calentamiento global, la subida del nivel del mar, está produciendo ya, en este momento, problemas de islas en el Pacífico que se quedan sin territorio. Un problema nuevo, desde el punto de vista jurídico, que es el de soberanía sin territorio. Se calcula que el 10% de la población mundial vive en zonas inundables, cerca de los deltas de los ríos, en zonas bajas. Esto quiere decir que, si continúa el calentamiento global y con él la subida del nivel del mar, podríamos tener el 10% de la humanidad, 700 millones de personas migrando. Éste sería un fenómeno capaz de desestabilizar los sistemas sociales y los sistemas económicos, aparte del enorme sufrimiento que lleva aparejado. Pensad que en este momento, en el que las migraciones nos preocupan, hay unos 190 millones de personas migrando. Pensemos cómo puede ser este panorama en un futuro próximo…
También los daños que han causado los monocultivos en África con la pérdida de autosuficiencia alimentaria; los daños de las explotaciones petrolíferas en muchos lugares del mundo, etcétera. La gravedad de estos problemas hace que los periodistas ambientales, y los comunicadores en general: educadores, artistas, estemos retados a construir un horizonte en el abismo. Necesitamos vislumbrar y presentar ese horizonte aunque estamos asomados al abismo. Para ello, creo que tenemos que explicar algunas ideas que no han calado suficientemente en nuestras sociedades:
En primer lugar, que nuestros aparentes triunfos sobre la naturaleza, son en muchos casos un auténtico fracaso, porque el “progreso”, entre comillas, tal y como se ha entendido por los grupos dominantes, atenta contra nuestras formas de vida cuando no respetamos los límites de la naturaleza, cuando no nos dejamos guiar por la capacidad de carga de los sistemas. En realidad ese aparente triunfo es un fracaso, y en ese fracaso hay toda una corriente un poco ingenua que dice, Salvemos el planeta, o en las escuelas los niños Vamos a salvar el planeta.
Mirad, el planeta no es el que está en peligro. El planeta sobrevivirá a todas estas acciones nuestras. Somos nosotros, es nuestra forma de vida la que está en peligro. Esto es lo que hay que explicar. Creo que también hay que repetir, muchas veces y con ejemplos, que el consumo no es el sustituto del paraíso, porque es el gran “mantra” que el sistema y los think tanks del sistema están pretendiendo manejar. Y hay que decir que basar el desarrollo de nuestras sociedades en un crecimiento continuo es una huida hacia adelante que nos lleva al desastre. En un planeta finito no puede haber ningún subsistema que crezca indefinidamente, tampoco el económico, a riesgo de comportarse como un cáncer.
Pero se puede hablar de desarrollo sin crecimiento. Este tema daría lugar a otra charla, aunque supongo que muchos de vosotros ya lo habréis trabajado. Fundamentalmente, comienza por una reorganización de las prioridades. Por ejemplo, un país que decide eliminar el ejército o rebajar su presupuesto de armas, y ese dinero dedicarlo a educación o a sanidad, ese país incrementa su desarrollo sin necesidad de crecimiento económico. Este sería un tema para hablar más despacio.
Todas estas cosas que sabemos, pero que es preciso recordar, se resumen en una, que hay que decir en alto: se ha instalado en nuestras sociedades el imperio global del mercado y resulta muy difícil pelear en su contra porque este imperio no está territorializado.
El imperio del mercado no está en Estados Unidos, o en China o en Rusia. Más bien es un imperio que se nutre de espacios abiertos desregulados gracias a los cuales la economía se va independizando de los controles del Estado y los gobiernos cada vez deciden menos, lo cual genera un déficit democrático en nuestras sociedades. El resultado es que en el Norte rico van desapareciendo las conquistas del estado del bienestar, y en el Sur global el horizonte de estas conquistas y de una mejor calidad de vida se desdibuja, deja de ser una esperanza.
Bien, la pregunta es ¿qué hacer en esta situación?, ¿cómo contarla?, ¿qué hacemos? ¿cómo explicamos esto del mercado? Estas cuestiones también darían para un debate largo, pero no quería dejar de decir que no se trata de abolir el concepto de mercado, porque mercados los ha habido ya desde antes de Cristo, sino que todo depende de la clase de mercados, (en plural) que se instauren.
Hasta hace poco tiempo, siglo XIX, siglo XX, los mercados eran accesorios de la vida de la sociedad. Eran mecanismos que quedaban absorbidos, regulados por el sistema social. En esos momentos no todo se compraba o se vendía. Los mercados compartían esa posibilidad de distribución o de asignación de recursos, con los vínculos de reciprocidad que se daban entre las familias, entre los vecinos, con otros mecanismos de redistribución. Ha sido con el ascenso y consolidación del liberalismo económico cuando se ha empezado a producir una deriva muy peligrosa socialmente, muy peligrosa para la naturaleza y los seres humanos, porque es una deriva que tiende a convertir todas las dimensiones de la vida en mercancías.
Si os fijáis, poco a poco, no solo la Tierra y la mano de obra se han ido convirtiendo en mercancías, sino que ya no hablamos de bienes naturales, sino de recursos (los vemos como una mercancía). De igual modo, las personas cada vez son más vistas como productores o como consumidores, una forma de mercantilizar a los seres humanos, cuya vida se quiere reducir al trabajo.
Y así, las mejores horas de nuestra vida el sistema exige que las dediquemos a producir o a consumir. Y, después, ese tiempo residual que queda cuando llegamos a casa agotados es el que podemos dedicar a la pareja, a la familia, a los hijos, a nuestro cuidado personal… Algo no está funcionando… El mercado se está apropiando de nuestro tiempo, que es un activo de altísimo valor. En este proceso de apropiación tengo que recordar a Reagan y a Thatcher, cuyos mandatos han sido decisivos para construir esto que hemos dado en llamar “la sociedad de mercado”, cuya característica fundamental es que deja de ser moral.
En la sociedad de mercado no interesa el criterio ético, solo interesa el criterio económico. La conclusión es que no son los mercados en plural los históricamente responsables, sino este mercado autorregulado que tenemos ahora, el mercado insertado en un modelo de liberalismo salvaje y de globalización económica. En ese liberalismo salvaje y en esa globalización económica, está la esencia de todo el sufrimiento que está teniendo la humanidad y de toda la destrucción de naturaleza. En todo caso, lo que es cierto es que esta globalización económica nos ha traído a momentos muy críticos que están arrasando con los derechos humanos y con la vida.
Pero también es cierto que, por primera vez en la historia, contamos con medios de comunicación y con redes sociales que permiten que las gentes puedan trabajar al unísono en la dirección contraria; que podamos organizarnos para salir y crear mecanismos de salida de estas garras succionadoras del mercado. Hoy es más fácil que nunca comunicarse, organizarse, cooperar a través de internet, a través de las redes… Y eso ¿qué nos permite?, ¿a qué nos desafía? Pues yo diría, queridos amigos y amigas: nos reta a democratizar la globalización.
Tenemos no solo la necesidad, sino la urgencia de democratizar la globalización; porque las competencias sobre la vida de las gentes están perteneciendo cada vez más al mercado y hay que decir en alto que el mercado no es democrático, el mercado no se rige por las leyes de la democracia.
El mercado se rige por la ley del beneficio inmediato, que se parece mucho a la ley de la selva por cierto, y por el laissez faire. Por lo tanto, el problema que afrontamos es de una gran magnitud. No solo porque estas lógicas del mercado van superponiéndose a la lógica de la vida, sino por algo que es especialmente grave y a veces pasa desapercibido: la forma en que se expanden y van penetrando en el imaginario colectivo hasta que comienzan a verse como normales. Esta es la gran tragedia de nuestro tiempo.
Empezamos a ver como normales situaciones que son verdaderamente desastrosas para la naturaleza y para el medioambiente. Así que necesitamos dar un salto, un salto mental, epistemológico… Yo diría que un salto antropológico, incluso, para comprender, desvelar y explicar las raíces de nuestra crisis y de la insostenibilidad de nuestras formas de vida. Tenemos que plantearnos una mirada nueva, con ojos nuevos; y esto tiene un nombre: un cambio de paradigma.
Os diré una cosa: cuando cambia un paradigma en ciencia, lo que cambia no son las respuestas, lo que cambia son las preguntas. Por eso necesitamos, como comunicadores, hacernos nuevas preguntas y ayudar a otros a hacérselas. Porque las preguntas del viejo paradigma que todavía están vigentes ya no nos sirven, son las que nos han traído a la catástrofe. La pregunta de cómo conseguir más beneficios, de cómo crecer a costa de cualquier costo humano, de cómo acumular más riqueza, son las que han conseguido que hoy en el planeta, el 10 % de los adultos más ricos posea el 85% de la riqueza global y sin embargo el 50 % más pobre solo posea el 1% de la riqueza.
Por tanto, si nos abrimos a un nuevo paradigma, las preguntas tienen que ser no solo distintas, sino de otro orden. Tienen que ser preguntas no solo económicas, y tienen ser preguntas que iluminen el imaginario colectivo. Por ejemplo, preguntas ecológicas: cómo utilizar los bienes de la Tierra respetando sus límites (los límites de los ecosistemas y también los límites de nuestros deseos, que muchas veces los confundimos con las necesidades). Preguntas éticas… Hay una pregunta que yo creo que debería estar escrita en el frontispicio de todas las aulas, desde los niños pequeños hasta la universidad: la pregunta es:
¿Cuánto es suficiente?
Esta pregunta hay que hacerla, hay que difundirla. Es una pregunta pendiente en nuestras sociedades. Preguntas económicas también, pero distintas. ¿Cómo romper la falacia del crecimiento infinito en un planeta finito? Preguntas políticas: ¿Quién debe tener el poder en una sociedad democrática?, ¿el parlamento?, ¿el mercado global?, ¿los grupos financieros? Preguntas antropológicas: si el ser humano debe ser visto solo como productor o consumidor. O si, además de faber, se nos puede reconocer también como ludens.
Preguntas de otro tipo: ¿Cómo adecuar nuestros ritmos, la explotación de los recursos, a los tiempos largos de la naturaleza? Hay un dato que cuando se difunde es muy visible: la naturaleza tardó 300 millones de años en “generar”, dicho entre comillas, el petróleo. Y nosotros en 300 años hemos llegado al pico del petróleo. Prácticamente lo hemos consumido a una velocidad un millón de veces mayor. Esta aceleración es la que hace que desbordemos los ritmos de la Biosfera. Los recursos están ahí para ser utilizados pero al ritmo de su regeneración. Fijaos, supongo que algunos ya manejáis este dato: la última vez que la humanidad consumió recursos y produjo desechos a la misma velocidad que la naturaleza puede regenerarlos y puede reabsorberlos, ha sido en la década de 1980.
Desde esas fechas, estamos desbordando los límites. Y en este momento se calcula que consumimos y producimos desechos entre un 20 y un 30% por encima de la biocapacidad del planeta. E incluso algunos expertos consideran que, si seguimos con este ritmo, en los primeros 20 años del siglo XXI consumiremos tantos recursos como todo el siglo XX. Esto es inviable. Este no puede ser el mundo que queremos dejar a nuestros hijos.
Me he detenido a contar estos problemas, porque son la razón última de que estemos aquí. Son los que explican vuestro trabajo como periodistas ambientales. Examinando los escenarios de este siglo XXI, creo que queda patente que la elección de vuestro campo profesional no solo es un acierto, es mucho más. Es una apuesta que habéis hecho por jugar a favor de la vida, de la vida nuestra y la de nuestros hijos. Y es también un motivo de esperanza por los instrumentos que utilizáis: la palabra y la imagen. La palabra escrita, hablada, en la prensa, la radio, internet, televisión.
Y la mirada, ese detenerse y observar… Esa mirada que revela un foco oculto, que desvela la trama de la vida, esa mirada que muchos cultiváis, que es la mirada que enseña a mirar. Porque mirar, el oficio de mirar, no solo es ver lo que pasa. Mirar es mucho más: es desentrañarlo, es contarlo, es ayudar a otros a entenderlo, es crear opinión razonada, rigurosa. Es contribuir así a la toma de decisiones en momentos de gran confusión. La palabra y la imagen son en vuestras manos instrumentos para la defensa de ese frágil binomio que es el ser humano y la naturaleza. Por eso yo creo que la labor periodística que hacéis es una contribución imprescindible, valiosísima, a la resistencia. Todos los que estáis aquí sois unos grandes resistentes. Y también a la resiliencia: a esa capacidad de convertir a nuestro favor aquello que nos viene en contra.
Uno de los fines de la comunicación ambiental es volver a reunir, a nombrar, los constituyentes esenciales de la vida humana. Es volver a hablar de la dignidad, de la capacidad creadora, de la capacidad moral del ser humano y también hablar de la naturaleza como nuestro soporte vital ineludible. Yo sé que estáis en ello. También estamos en ello algunas personas y profesionales de otros campos. Todos tenemos una evidencia: sabemos que una información, una idea, una imagen, no pueden borrar otras, pero pueden arrinconarlas. Vosotros conocéis mejor que yo las estrategias, los métodos para contar una historia que merece ser contada en todos los lugares y a todas las gentes. Que es la historia de la cooperación entre el ser humano y la naturaleza.
Es la historia de nuestra co-evolución a lo largo de la vida. Por tanto creo que la tarea hermosísima que estáis haciendo es la de crear una narrativa que sustituya al relato de los poderes económicos dominantes, una narrativa que nos una como ciudadanos del mundo, como habitantes de las mismas preguntas…, en la que aparezcan esas palabras: paz, dignidad, equidad, que están desapareciendo o están siendo mal utilizadas en el discurso dominante.
Y esto supone hablar por un lado del gran despilfarro, de la gran miopía de las formas de vida que se están imponiendo, pero exige también hablar de otras formas de vida que están emergiendo y que son menos agresivas con el entorno. Por tanto, el trabajo ambiental, el trabajo de periodismo ambiental tiene dos componentes que a mí me parece que son inseparables. Que son, más allá de la información, la denuncia y el anuncio.
La denuncia creo que se está haciendo muy bien, y realmente no tengo nada que decir, pero sí quería detenerme en la importancia del anuncio. Porque pienso que habría que poner el énfasis en contar lo positivo, en dar las buenas noticias, en leer, observar, explicar, los cambios que ya se están produciendo. Todas esas gentes, jóvenes y mayores, que innovan, que crean soluciones nuevas, que se atreven a pensar lo impensable y a llevarlo a la práctica. Necesitamos poner el énfasis en la difusión de las experiencias de cambio.
Creo que esto es así porque no vamos a salir de la crisis con los viejos modelos que nos trajeron a ella, pero también es así por justicia, porque el mundo es hoy un semillero de transformaciones. Porque millones de personas trabajan por el cambio, son como centinelas que nos van iluminando en el camino. Están ya entre nosotros los habitantes de otra forma de vivir, de vivir mejor, con menos cosas, con más vínculos, y ya sabemos (lo hemos comprendido), que los cambios no van a venir de arriba, de los gobiernos, de los poderes económicos… Sabemos que vendrán de la ciudadanía, que vendrán de los grupos profesionales, ya están viniendo de muchos de vosotros…, de todos los que estáis apostando por otras formas de vida, por otras formas de contar la noticia. De los jóvenes que protestan y se organizan, de las personas y grupos creativos.
El problema es que los grandes grupos de comunicación con frecuencia no hablan de todas estas cosas. Pero no podemos olvidar que detrás de esta aparente atonía que se quiere instaurar hay en el mundo una olla a presión que necesita ser contada, ser difundida. Son cambios pequeños, que se van produciendo en pequeños grupos, pero por eso son muy resistentes y son capaces de crear alianzas globalmente mediante mecanismos de comunicación, redes, internet. Y pueden actuar globalmente por sinergias. La esperanza está en un cambio que va a venir desde abajo por la sinergia de muchísimos pequeños grupos, de millones de pequeños grupos que están cambiando en todo el mundo ya. No es algo futuro, está aquí con nosotros.
Esos cambios, con la potencialidad de las redes, nos permiten pensar que lo local ya es global. Y son revolucionarios porque, si siempre dijimos no hay nada tan revolucionario como una idea a la que le ha llegado su tiempo, lo que es verdaderamente revolucionario es una práctica que ya está poniendo en valor esa idea a la que le ha llegado su tiempo, y esas prácticas están entre nosotros. Son revolucionarias y además son un motivo de esperanza.
El poder ha optado por lo grande, por las grandes corporaciones, los grandes edificios, las obras gigantescas…, pero sabemos que lo grande es muy vulnerable. Lo vimos con la caída de las torres gemelas, lo vimos con Lehman Brothers, con grandes proyectos que se vienen abajo precisamente por su tamaño, porque lo grande por sí mismo tiene una gran falta de control. El poder, además de optar por lo grande, no escucha. Dijeron que nadie había avisado de la crisis, y yo quiero recordar aquí la figura de Ramón Fernández Durán que fue un maestro para todos nosotros; y quiero recordar su obra, sus libros, su denuncia. Y, junto a él, el ecologismo, las denuncias que se hicieron desde el ecologismo, desde el periodismo ambiental, desde las universidades, desde el mundo científico, todos avisaron, todos avisamos de la inviabilidad de ese modelo que se estaba llevando a cabo. Pero el poder no escucha. Estas son las debilidades del poder.
El mundo, esa olla a presión que trabaja por el cambio, se está moviendo, sin embargo, tomando la opción de lo pequeño y de lo descentralizado. Usando las redes, enredándose… Es resistente y es resiliente, porque escucha…, porque escucha las señales de una naturaleza esquilmada, y las señales de los humanos, de los sufrimientos de los seres humanos, a los que ve de cerca. Además tiene una ventaja: lo pequeño puede permanecer agazapado, lejos de las garras de los think tanks mercenarios.
Y tiene la virtualidad de que es flexible, adaptativo. Por lo tanto, la gran transformación que necesitamos va a producirse -ya se está produciendo- por la conexión, las sinergias de todos estos pequeños cambios. Tenemos que pensar en un fenómeno que la ciencia tiene perfectamente estudiado: el efecto umbral. Cuando muchos pequeños cambios coinciden y llegan a un umbral determinado, se produce un cambio no sólo cuantitativo sino cualitativo: se generan cambios de otra magnitud.
Así que yo creo que los comunicadores en general, y vosotros especialmente, debemos hablar de esto, me consta que ya lo estáis haciendo. Esta es una línea que, en mi opinión, hay que potenciar y no se puede abandonar. Entender el periodismo ambiental como un arma potente para eso, para trabajar por el futuro de la humanidad. Vuestras herramientas -la palabra, la imagen, la imaginación, la creatividad, el coraje…-, permiten saltar por encima de las descripciones convencionales para nombrar a las cosas por su nombre y para mostrarlas sin engaños, sin manipulaciones.
Y este ejercicio de nombrar muchas veces es el de “desnombrar”. Desvelar las máscaras, construir la noticia inesperada deshaciendo el malentendido de la noticia mal dada… Y es hablar de lo improbable y hablar de lo innombrable… Claro que, en un oficio así, como el que habéis elegido, hay que poner la interrogación de lo fácil, sobre el valor de lo fácil. Porque sabemos que éste es un trabajo difícil… Pero también sabemos que es creador, ilusionante, es la tarea aparentemente sencilla, pero arriesgada, transformadora, de ayudar a descubrir las grietas del sistema, porque si todo esto pequeño ha de penetrar, ha de ser por las grietas del sistema. Que tiene muchas fisuras. Esas fisuras por las que puede introducirse la imaginación creadora, la apuesta por nuevas formas de vida, por energías no contaminantes, por valores que no cotizan en bolsa.
Se trata, en suma, de concebir la historia como un espacio de posibilidades y no de determinismo. En este momento se nos está queriendo presentar el momento actual y el futuro como pre-determinados, y tenemos que volver a repensarlos en términos de posibilidades y no de determinismos. Eso, si lo hacemos, significa rescatar la esperanza. Rescatar la esperanza que se construye a despecho de cualquier fatalidad histórica, incluso de la fatalidad histórica que nos quieren imponer ahora. Una esperanza que además ya tiene su razón de ser, que se asienta en los cambios que ya se están produciendo.
El sistema dominante pretende usar los medios de comunicación para anestesiar la sensibilidad de la gente, para lograr la sumisión inconsciente de la población a los fines del mercado, y también para destruir naturaleza sin escuchar las voces más lúcidas de científicos, artistas, ecologistas, comunicadores ambientales… Pero hay una manera de neutralizar todo este movimiento, toda esta fuerza que se desarrolla desde los sistemas hegemónicos. Esa forma, esa manera de neutralizar es no resignarse, no mirar con indiferencia, no limitarse a sobrevivir en medio del desastre. Y yo creo que por eso estáis, por eso estamos aquí, celebrando estos diez años vuestros de resistencia.
Lo que celebramos en realidad es vuestra lucidez y vuestro coraje. Diez años resistiendo para haber llegado a este momento… Lo que celebramos es vuestra capacidad creativa, vuestra tenacidad para salir adelante, a pesar de las dificultades. Así que, permitidme que os felicite por ello. Estáis aquí porque no habéis abdicado de vuestros sueños, porque habéis comprendido, y dais testimonio de ello, que el periodismo ambiental, el periodismo lúcido y comprometido, cumple con aquella famosa frase de Kapuci?ski que decía:
Los cínicos no sirven para este oficio.
Vuestro trabajo es imprescindible para avanzar hacia la sostenibilidad, para vislumbrar un horizonte en el abismo. Y además, permitidme que lo resalte, este trabajo vuestro tiene una dimensión artística, poética, porque en lo que hacéis está la búsqueda del revés de las cosas, que es lo que hace el artista.
Esa búsqueda del revés es la que permite hablar de lo oculto por ocultado, de una naturaleza que no tiene voz. Es la que permite hablar de los invisibles, de esos millones de personas que sufren y migran a causa de la destrucción de sus hábitats, de la ocupación de sus tierras, de la depredación de sus recursos.
Cada uno de vosotros, al darles voz, anuncia y renueva la fuerza, la osadía de atreverse a nombrar lo innombrable, a imaginar lo posible y a denunciar lo intolerable. En vuestras noticias, en vuestros reportajes y crónicas están, como decía antes, esa denuncia y ese anuncio que tanto necesitamos. El anuncio de lo que sabemos pero también de lo que soñamos como el comienzo de lo que podemos transformar.
Ojalá por mucho tiempo podáis seguir, y podamos seguir celebrando estos congresos que se abren paso frente a todas las dificultades. Ojalá podáis seguir celebrando la vida de Gaia, con mayúsculas, como el ámbito ineludible, frágil y excelso de nuestra propia vida.
Quiero terminar dándoos las gracias por vuestra trayectoria, por lo hecho y por lo que haréis. Como dice vuestro eslogan, “tenéis futuro”. No solo el periodismo ambiental tiene futuro. Muchos pensamos que el futuro, si ha de ser amable y sostenible, necesita ineludiblemente del periodismo ambiental. Así que os dejo con estas reflexiones.
Quería terminar con las palabras de un hombre justo, un comunicador que fue ejemplo de resistencia, Ernesto Sábato, para mí un maestro. Se las escuché en el Círculo de Bellas Artes, la última vez que pudo venir a España. Él decía:
Tal vez no podamos rehacer el mundo, pero sí podemos al menos impedir que se deshaga. Hay una manera de contribuir al cambio, es “no resignarse.
Gracias amigos, porque no os habéis resignado.
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