Comunicar biodiversidad también a la infancia
Por Javier Rico
Comunicar biodiversidad. Desde el minuto uno me he convertido en un fan de este eslogan que define nuestro próximo Congreso Nacional de Periodismo Ambiental. A pesar de lo mediático que supongan un lince, un águila imperial ibérica o las montañas de los Picos de Europa, los temas sobre biodiversidad van a la zaga del cambio climático, los residuos, la gestión del agua o la energía en cuanto a presencia y relevancia en los medios de comunicación. Y mira que metes la palabra biodiversidad en cualquiera de estos últimos temas enunciados y resulta vital para explicarlos y desarrollarlos.
Pero no soy victimista, que al fin y al cabo llevo treinta años escribiendo sobre biodiversidad, aparte de cambio climático, energía, agua, residuos… He tenido la suerte de pasar, estar y/o colaborar en casi todas las revistas del sector (Natura, Quercus, Biológica, La Tierra, Ecología y Sociedad, Ecología Internacional…), lo que me permite acumular artículos y experiencia en la comunicación de ese valor tan fundamental para nuestra subsistencia que es la biodiversidad y que va mucho más allá de las especies y espacios estrellas mencionados. Ahí tenemos el gravísimo problema de equilibrio para nuestros ecosistemas que genera, por ejemplo, la pérdida de unos insectos hasta no hace mucho poco considerados: las abejas.
Perdonad la auto-referencia, pero Manuel Rivas, que tenemos la enorme suerte de que pronuncie la conferencia inaugural del congreso, citaba en una de sus columnas un artículo mío publicado en El País (Adiós a los insectos de tu infancia). Siempre me ha preocupado la pérdida de esa biodiversidad pequeña en tamaño pero gigante en servicios, como la que forman abejas, libélulas, saltamontes, grillos y luciérnagas, entre otros. “Una verdad para contarnos y contársela a los niños”, sentenciaba Rivas.
Hace siete años di un salto junto a María Luisa Pinedo y decidí que, aparte de escribir para madres y padres “esa verdad” en artículos periodísticos, iba a contársela directamente a sus hijos e hijas. Y así es, ahora también comunico biodiversidad de viva voz, entre zonas verdes urbanas principalmente de Madrid, a escolares de tres a veinte años. Lógicamente, en un proyecto que llamamos Aver Aves, la excusa perfecta son estas bellas y notorias representantes de la fauna, pero también acabamos hablando de los saltamontes que brincaban hace treinta años a cada paso que dábamos por descampados urbanos y que ahora escasean peligrosamente.
No entiendo solo mi profesión, sino mi vida, sin comunicar biodiversidad. Y nada me produce más felicidad que Isabela, Yeray, Mohamed, Carlos, Clara, Adrián o Liseth, por citar a parte del alumnado que se ha venido recientemente con Aver Aves, escuchen atentos cuando hablo del porqué cada vez hay menos gorriones en la ciudad, pero también por qué hay más águilas imperiales ibéricas que hace treinta años, y enseguida levanten sus brazos. Quieren saber más. Quieren saber más verdades. Por lo tanto, es necesario seguir comunicando biodiversidad. Adelante, APIA; adelante, periodistas ambientales.